Octavio Paz y el Reino Unido
¿Dónde puedo comprarlo?
“La fijeza es siempre momentánea.”
El magnolio vecino del río rebosa de flores, señal inequívoca de que la primavera ha finalmente desembarcado en este pueblo universitario con aires de ciudad. Poco, casi nada, ha cambiado desde la última vez que cobijó a Octavio y a Marie Jo en los albores de la década de los 70; irguiéndose como cómplice silente de los vericuetos de un camino indómito que inició en la India y recorrió medio mundo. Un mundo distinto del que imaginó, del que imaginamos, y que tiene su capital en Galta. Una postal inmutable de sueños pero también de miedos. En sí, un laberinto de la soledad.
“Bajo ese árbol fue que le conocí por vez primera” explica Stephen, uno de los pocos pero constantes alumnos que se enrolaron en aquel invierno de 1970 en la Cátedra Simón Bolívar que en Paz encontró a su segundo y quizá más emblemático ocupante. “Fue una escena de constante contemplación” reflexiona el ahora sexagenario sobre esa primera imagen tan simbólica del paso de Paz por Inglaterra que trascendió su admiración por DH Lawrence y su relación epistolar con Charles Tomlinson, para aterrizar en ese pequeño jardín de casi perfecta arquitectura de paisaje en Cambridge. “El magnolio” explica Stephen “le recordaba a los banianos del jardín de su casa en la Nueva Delhi”.
La Cátedra Simón Bolívar tuvo con Paz su sede en el Colegio Winston Churchill de Cambridge, uno de las decenas de colegios mayores que conforman el complicado enramado burocrático y académico de una de las universidades con mayor tradición del mundo occidental. Creado en octubre de 1959 con dineros provenientes de los países de la entonces Mancomunidad Británica de Naciones se pensó como un homenaje a la figura del icónico Primer Ministro del Reino Unido por su papel, casi mesiánico, durante la Segunda Guerra Mundial; y con la intención de traer a suelo inglés a lo mejor de la élite intelectual del mundo. Con el impulso, entre otros, de George Steiner, durante su primera década el Colegio Churchill abrió sus puertas a profesores y académicos invitados de todos los rincones del orbe; quienes permitieron inserir el joven legado de sus aulas en los milenarios muros de conocimiento de Cambridge.
Cuando Octavio vivía el doloroso desprendimiento de la India que lo marcaría por el resto de su vida personal, profesional e intelectual, fue precisamente Steiner quien dirigió una carta al rector de la Universidad recomendando se invitase a Paz a ocupar la Cátedra Simón Bolívar para Estudios Latinoamericanos en Churchill College. “Es del talente de Neruda y de Borges” escribió Steiner el 18 de octubre del fatídico 1968 describiendo a Paz, “debemos recibirlo aquí” concluyó casi salomónicamente. Las peticiones que se sumaron a la de Steiner llegarían a buen oído y el 7 de enero de 1969, Eric Ashby Vicerrector de Cambridge firmaría la misiva final ofreciéndole a Octavio venir a la Universidad y ocupar la Cátedra. Paz tardaría casi un año en desembarcar en la Gran Bretaña, el camino apenas lo iniciaba y sin rumbo fijo.
“Camino: lenguaje que se bifurca sin cesar y que no va a ninguna parte, salvo al encuentro de sí mismo. Pero ¿qué es “sí mismo”?... El mono gramático no es un relato ni un cuento; sin embargo, nos cuenta algo.” De esta forma definió Paz a una de sus obras quizá más cautivantes y razón misma de su paso por Cambridge. Una analogía de la importancia de su año en la ciudad británica, lo dice sin decirlo; importancia implícita de un año en la vida de Paz tan desconocido como el camino que le llevó a él. En Cambridge, Paz hubo de encontrarse consigo mismo, con la India y con México; “…escoger el camino….(inventarlo a medida que lo recorro)…tampoco sabía adónde iba ni me preocupaba por saberlo. No me hacía preguntas: caminaba, nada más caminaba, sin rumbo fijo. Iba al encuentro…El camino también desaparece mientras lo pienso, mientras lo digo.”
Desde la ventana del apartamento número 5 del edificio Shepherds se alcanza a ver el magnolio pero también algunos pinos y almendros, así como el largo prado, ahora verde y salpicado de gente pero seco y desolador en los inviernos, que converge allende el horizonte con el río. Desde esa ventana se encontró Paz con Cambridge en enero de 1970; desde ahí vio reverdecer las ramas en la primavera y alcanzar su plenitud en el verano. Desde ahí presenció la muerte lenta que empieza con el caer de las hojas en el otoño y se despidió recién comenzado el invierno. Desde ahí continuó el camino que le trajo de India y le llevaría a México.
“Quizá la realidad también es una metáfora (¿y de qué y/o de quién?). Quizá las cosas no son cosas sino palabras: metáforas, palabras de otras cosas.”
El año que Octavio compartió con Marie Jo en Cambridge fue de necesaria introspección. Cambió la ajetreada vida social y cultural que tuvo por casi seis años en Delhi por el ascetismo del campus universitario. Conversaba, disfrutaba de la gente, se escapaba con “resplandor” a su amada Francia; pero invariablemente, antes o después de sus conferencias magistrales, entre comidas y entre sueños, quienes le acompañaron, casi perennemente, fueron sus pensamientos. El periplo previo a su llegada entre varias ciudades estadounidenses y alguna escala francesa continuó, al menos, a través de una intensa dialéctica interna, reflejada en esa mirada tan suya. Una mirada que si bien reparaba en la frondosa naturaleza que rodea al Colegio y en alguno de los estudiantes que le acechaban con preguntas, hablaba de una mente en constante diálogo consigo misma. “Fue de un carácter casi ermitaño, de largas caminatas pero de pocos amigos; del salón de clase a la biblioteca y de ahí a su departamento” afirma el desgarbado archivista a cargo del acervo histórico del Colegio Churchill sobre el inusitado aislamiento de Paz durante su paso por Cambridge.
En el archivo, resguardado en los confines de un edificio de estentórea arquitectura funcionalista, de particular profusión en la Inglaterra de inicios de los sesenta, se guardan lo mismo postales firmadas por Paz y Marie Jo con la imagen de la Pirámide de Kukulcán que las notas manuscritas de Margaret Thatcher sobre uno de los discursos que dio con motivo de su visita a México en la primera parte de los años ochenta. Ahí podrían encontrarse las respuestas a las preguntas que nunca nos hemos hecho pero también, invariablemente, nuevas preguntas a partir de las respuestas que ya tenemos. “Quizá con quien más interactuó fue con su pluma y el papel” divaga en voz alta el archivista de dientes disparejos y cabellera grasa.
De sus doce meses en Cambridge, Paz se queda con un centenar de páginas, aquellas que componen El mono gramático. Para sus prologuistas, el libro que nace de las entrañas del Churchill College pero es concebido en Nueva Delhi, “pertenece a la misma familia espiritual de textos tan emblemáticos como Nadja de Breton, Los cantos de Maldoror de Lautréamont o Aurelia de Nerval, (…) es una pequeña obra maestra escrita en 1970. A camino entre el ensayo, la prosa poética y el relato, este libro es un texto fundacional dentro de las letras hispánicas.” Para cualquiera que haya visitado sus páginas, es un viaje al interior del mundo de Paz en su momento más convulso pero también más luminoso. El mono gramático como camino para entender su evolución creativa y de pensamiento tras la escisión india. Ruptura que le marcaría el resto de sus días y cuyo flujo le siguió hasta el final, no es fortuito que su último libro publicado en vida fuese el brillante ensayo intitulado Vislumbres de la India.
“Dejé la India a fines de 1968 y un año y medio después, en el verano de 1970, escribí El mono gramático” decía Paz sobre la única obra que produjo en su paso por suelo inglés en un claro ejemplo de que la transición que vivió en la India y que le acompañaría a la tumba fue medular en tanto existió Cambridge. La una sin la otra no se explica. Paz sin Cambridge no puede ni debe entenderse.
“La sabiduría no está ni en la fijeza ni en el cambio, sino en la dialéctica entre ellos (…). Ahora me doy cuenta de que mi texto no iba a ninguna parte, salvo al encuentro de sí mismo (…). Analogía: transparencia universal: en esto ver aquello.”
Cambridge, verano de 1970